La Escuela del Futuro: ahora sí, una utopía posible.
Cuando se habla de la inteligencia artificial y su potencial impacto en educación, nos enfocamos mucho más en los riesgos, dificultades, amenazas, a lo sumo en algunas aplicaciones que pueden mejorar el estado actual de situación, pero raramente nos aventuramos a visionar la escuela del futuro, cómo serían las escuelas si, de verdad, se transformaran profundamente con, en este caso, la inteligencia artificial como un catalizador decisivo.
Esta especie de reticencia colectiva, supongo, tiene que ver con el hecho de que hay consenso en que la transformación, tan necesaria como urgente, es tan profunda que la mayor parte de lo que sucede en los colegios debería cambiarse, y hacerse de manera muy diferente. Por si algo nos faltaba para sacudirnos de esta modorra de inacción, la irrupción imprevista y vertiginosa de la inteligencia artificial es una especie de bomba de tiempo, en cuanto a que el resto de las actividades, sin los factores que inhiben los cambios en educación, no va a aguardar que la escuela cambie.
Como es bien sabido, el contexto es fundamental en educación, y, si bien esta aludida transformación tomará diferentes formas y manifestaciones según, justamente, el contexto en el que se desarrollen, ya se vislumbran con bastante claridad cuáles serán los principios que sustenten esta transformación y que den lugar, por fin, a la escuela del futuro, en un mundo en el que la inteligencia artificial tendrá un impacto decisivo y se volverá casi transparente para los usuarios.
Un mayor énfasis en el área socio emocional. A pesar de todo lo que decimos y escribimos al respecto, y de las buenas intenciones de las declaraciones de misión de las escuelas que adornan folletos y paredes de los edificios en silente acusación, la educación emocional siempre ha estado en un segundo plano en los currículums escolares, casi como una expresión de deseos en un mundo que todavía sigue anacrónicamente aferrado a mediciones numéricas, estándares, y el resultado por sobre el proceso de aprendizaje. La realidad aumentada y virtual (Apple Vision Pro y el Metaverso de Meta, por ejemplo), el crecimiento exponencial en el uso y la complejidad de las aplicaciones de inteligencia artificial, los desarrollos actuales y futuros en robótica y hasta humanoides, decisiones algorítmicas y basadas en Big Data, y otros avances tecnológicos, todos coadyuvan a configurar una tormenta perfecta, que amenaza con progresivamente deshumanizarnos al inhibir el desarrollo de nuestras habilidades sociales. Esto, finalmente, e inevitablemente, expresado irónicamente, ya que deberíamos haberle dado la importancia debida mucho antes, hará que las escuelas deban dedicarle más tiempo y energía en el horario escolar al desarrollo de habilidades sociales y personales, el conectar con nuestras emociones y con otras personas, como un requisito casi de alfabetización emocional frente a los desafíos de un mundo actual y futuro que puede llegar a ser sumamente alienante, y que nos continuará bombardeando con estímulos muchas veces contradictorios.
Educación física y contacto con la naturaleza. Similarmente, en un mundo irreversiblemente hiperconectado, y que a través de la realidad virtual hasta nos invite a desasociarnos de nuestra realidad física, en otra largamente esperada inversión de prioridades, hará que el contacto con la naturaleza, la actividad física, la educación para la salud, y las prácticas saludables pasen a un primer plano indispensable, frente a un presente y futuro en los que las experiencias virtuales constituirán cada vez más parte de nuestra vida cotidiana. Como tal, será cada vez más desafiante para todos, nuestros alumnos incluidos, el mantener niveles aceptables de salud física y mental. De la misma manera en la que, en la actualidad, todavía obsesivamente, medimos los resultados cognitivos y el desarrollo intelectual de nuestros alumnos, en la falsa premisa de que un mundo laboral hipercompetitivo todavía sigue valorando dichas capacidades, en el futuro será alguna medida o índice de salud mental, física y espiritual, la que nos otorgue una ventaja competitiva en un mundo plagado de incertidumbre.
Conectar con nuestras emociones será un objetivo principal de la escuela. Frente a una realidad que será cada vez más incierta, volátil y vulnerable, y enfrentando lo que será una crisis de sentido cada vez más grave en relación al mundo laboral, nos veremos obligados - una vez más irónicamente - a que nuestros alumnos aprendan a conectar con sus emociones, su identidad, y el sentido más profundo de sus vidas desde temprana edad. La única manera de sobrevivir a este mundo tan frágil e incierto, como fue efímeramente demostrado por la reciente pandemia, cuyas lecciones parece que no han sido aprendidas del todo, es poder tener una mayor conciencia de quienes somos, nuestra identidad, como lo expresamos, y como intentamos, ya desde la escuela, expresarla de manera tal que resuene con un sentido de propósito que trascienda a las circunstancias impredecibles de la vida actual y futura. Las escuelas deberán crear programas que ayuden, explícita e intencionalmente, a que los alumnos conecten con su identidad, y puedan construir una sana autoestima que constituya la base de sus personas para el resto de sus vidas.
La evaluación será situacional y en tiempo real. La evaluación tradicional a libro cerrado, individual, escrita y contrarreloj, evolucionará hacia la resolución de problemas en tiempo real, y en contextos que asemejen lo más posible a situaciones de la vida real. Juegos y simulaciones, tanto virtuales como reales, constituirán el principal método de aprendizaje y evaluación, colaborativamente, con contenidos personalizados, y, haciendo realidad, por fin, la incumplida promesa de aprender de los errores en un entorno seguro y que no expone al alumno.
La inteligencia artificial se utilizará como un exo cerebro que ayude al desarrollo cognitivo. El mayor desafío cognitivo que enfrentamos es como determinar el uso más apropiado de las herramientas de inteligencia artificial para no inhibir la adquisición de habilidades cognitivas sino, por el contrario, suplementarlas y potenciarlas, como sea apropiado a cada edad y en función del sano desarrollo de niños y adolescentes. Desde desarrollar la imaginación de los niños dándoles la posibilidad de que la inteligencia artificial de vida a sus historias y otras interacciones producto de su creatividad, hasta acompañar a alumnos en la escuela secundaria a resolver problemas complejos de la vida real utilizando herramientas de cálculo y análisis matemático, utilizando el poder computacional para simular procesos, tenemos por delante un enorme desafío pedagógico para poder mapear esta suplementación de habilidades a cada edad.
Los contenidos serán aprendidos, mayormente, en casa, sin barreras físicas y limitaciones. Es muy posible que las escuelas reduzcan la cantidad de horas que los alumnos físicamente están en el colegio, para dar lugar a programas de aprendizaje online que quizás operen independientemente de la estructura escolar y que conecten a sus alumnos con estudiantes de otras partes del mundo, con quienes tengan afinidad y puedan intercambiar culturalmente. Es importante señalar que esto de ninguna manera significará el fin de las escuelas, sino un cambio en su función principal, y no tiene sentido limitar el aprendizaje a lo que pueda suceder en un colegio habiendo documentales, juegos, simulaciones, visitas virtuales, cámaras en vivo y una serie casi infinita de recursos de aprendizaje que pueden hacerlo mucho más interesante y atractivo.
La personalización será, por fin, una realidad. El justamente vilipendiado modelo que le brinda y exige a todos los alumnos por igual será, de una vez por todas, sólo un triste recuerdo para dar lugar a procesos de aprendizaje adoptivos y personalizados, con hitos de aprendizaje y desarrollo que serán cuidadosamente evaluados por cada escuela para cada alumno. Estos sistemas, que ya existen incipientemente, basados en inteligencia artificial y partiendo de un diagnóstico para luego dar lugar a caminos óptimos de aprendizaje, que pueden ser también colaborativos, se basan en darle a cada alumno, de la misma manera que un sistema de comercio electrónico puede predecir qué es lo que queremos comprar, el mejor recorrido de aprendizaje posible. Si a ello le agregamos que estos sistemas tienen un sistema de información individualizado y sumamente detallado para cada alumno, nos encontramos, por fin, frente un escenario superador de nuestra realidad actual.
El rol del docente cambiará radicalmente. Como surge de manera casi evidente de todo lo anterior, los educadores enfrentarán un escenario y desafíos completamente nuevos, y, frente a ello, requerirán de capacidades y habilidades que evolucionarán respecto las actuales, pero que no son muy diferentes a las que los grandes maestros siempre supieron encarnar. El educador del futuro no será quien transmita conocimientos, como ya sabemos sobradamente, sino un coach, mentor, curador de recursos de aprendizaje, un guía, una presencia que aliente y estimule, quien inspire y contagie su pasión por el aprendizaje.
El final definitivo de un modelo basado en déficit. Quizás el más importante y revolucionario de todos los cambios será, paradójicamente, que podremos trascender definitivamente un modelo que está basado en las dificultades y aquello que nuestros estudiantes no pueden hacer, incluyendo lo que es, trágicamente, el identificar a muchos de ellos con sus dificultades de aprendizaje. De todas las dimensiones de este cambio tan necesario, esta es, sin lugar a dudas, la más importante, y surgirá naturalmente de un modelo redefinido mediante el uso de la inteligencia artificial para potenciar el proceso, y que finalmente pueda concretar muchas de estas promesas incumplidas del futuro del aprendizaje, como hemos señalado más arriba, fundamentalmente la personalización y el poder aprender de los errores.
Todo lo expresado más arriba no pretende ser una taxonomía, ni un esquema rígido para la escuela del futuro, sino simplemente una exploración de aquellos principios fundamentales sobre los cuales construiremos una visión de un mejor futuro para la educación. Si, al leerlos, a pesar de los cambios enormes que trae aparejada la irrupción de inteligencia artificial en este futuro compartido, resultan casi lógicos y naturales, es porque la visión del futuro de la educación no cambió. La inteligencia artificial será, a lo sumo, un catalizador, un factor que acelere decisivamente esta imprescindible evolución del modelo de aprendizaje.
Como siempre, el primer paso es de cada uno de nosotros, explorando, estudiando, jugando, aprendiendo de nuestros errores, sin miedo, y, fundamentalmente, modelando una actitud de pasión por aprender que contagie a nuestros alumnos.
Gabriel es cofundador y director de The Learnerspace, una compañía dedicada a forjar el futuro del aprendizaje. Además, co-fundó y dirige The Global School, la primera institución de su clase en América Latina, que busca convertir el cambio educativo en una realidad. Previamente, fue director de St. Andrew’s Scots School en Buenos Aires, Argentina, el colegio bilingüe más antiguo del mundo. Gabriel es un reconocido futurista, convencido de que vivimos el mejor momento en la historia para ser un educador.
Es autor de siete libros:
La Escuela Inteligente
The AI-Powered School: A Hands-on Guide to Integrating ChatGPT and Artificial Intelligence in Schools
The 21st-century Classroom
The Whole Teacher: A One-Way Journey to Rediscovering Joy and Passion in Teaching
Extreme Curriculum Makeover: A Hands-On Guide for a Learner-Centered Pedagogy
From Out of This World: Leadership and Life Lessons from the Space Program
Learning for the Future: Rethinking Schools for the 21st Century
Ha colaborado como coautor en una amplia variedad de libros y antologías. Anteriormente, fue miembro del Board de ASCD y presidente de ESSARP. Ha impartido conferencias y liderado talleres de desarrollo profesional alrededor del mundo, colaborando con educadores para forjar el futuro de la educación.